Una noche, el empleado de una funeraria estaba
trabajando hasta tarde. Su trabajo era examinar el cuerpo de los muertos antes
de ser enviados para enterrar o incinerar.
Cuando examinó el cuerpo del señor Juan, que
iba a ser incinerado, hizo un asombroso descubrimiento:
- Lo siento señor Juan -dijo el empleado-,
pero no puedo enviarlo a incinerar con semejante “parte”. Tiene que ser
guardada para la posteridad.
Dicho esto, separó el “miembro” del cuerpo, lo
puso en su maletín y se fue a su casa. A la primera persona que se la mostró
fue a su esposa:
- Tengo algo que mostrarte que no vas a creer
-le dijo, y abrió el maletín.
- ¡Dios mío! -gritó ella- ¡Juan está muerto!
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